La celda abierta

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Sé que me observan. Sé que hay motivos para todo lo que me rodea y me sucede, pero no alcanzo a comprenderlo. Si alguien se toma tantas molestias, tanta logística y preparativos para todo esto…algo grande y perverso debe haber tras mi actual presente, y es que no hay herramienta u objeto que pueda darme alguna ayuda en mis limitaciones y, por otro lado, me han dejado una cantidad considerable de cuadernos a rayas para escribir, y un par de docenas de lápices de grafito puro, sin cubierta de madera. Es decir garabatear, dibujar…o escribir. Sobre todo porque son cuadernos a rayas, como de estudios. No tienen nada impreso en ningún idioma ni son hojas lisas, y tapas de cartulina ocre, como papel de envolver o reciclado. Pero me voy a los detalles, así que, antes que enloquezca, trataré de dejar testimonio de lo que vivo. De usar la memoria, la lógica, facultades cognitivas, ahora que el pánico inicial dió lugar a la resignación y aún al enojo. O sí que me he salido de la vaina con todo esto, ¡¡ sobre todo porque no tiene goyete!! Porque se debe tratar de un error, aunque con tanto esmero en los detalles…quizás no, quizás la cosa va conmigo a pesar de todo.

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Digo -me digo- que no tiene lógica porque no soy un extremista, ni he dicho o hecho algo ilegal, o políticamente no formo parte de ningún partido u organización. Por supuesto que soy de izquierdas, con orgullo y pedrigué, hijo de un socialista que se jugó la vida defendiendo a tiros la Casa del Pueblo de las antorchas nazis, o colegios judíos y bibliotecas del partido socialdemócrata, entonces en Argentina había un solo partido socialista, y luego estaban los comunistas, pichichos de la Unión Soviética.Y a diferencia de mi padre, que por su ideología se batió a tiros con los matones de la Alianza Libertadora Nacionalista y la policía de Orden Político, que supo cárcel y largo exilio, yo soy un nabo y un don nadies. Quizás los tiempos cambiaron y no hay un Hitler o un Stalin por combatir, quizás sea más cobarde que mi padre, y quizás la realidad y el entorno no justifican empuñar un arma. Escapé de la Junta Militar antes de que fuera demasiado tarde, llegué solo a Israel allá por 1978, y luego seguí una trayectoria casi como cualquier hijo del vecino: a los 18 entré al ejército, fuí rodando por sus trayectorias sin idioma y sin entender del todo lo que sucedía alrededor, llegué a la brigada de paracaidistas, pasé una guerra, luego vendrían otras en el servicio como reservista. Del colegio internado de Inmigración Juvenil llegué a un kibutz, donde gané una casa y familia adoptiva, salí de estudios académicos. Conocí otros refugiados como yo, de Sudamérica pero de muchos lugares más. Ser hijo de una sobreviente del Holocausto me preparó para sobrevivir circunstancias y escollos de la Vida, para hacerlo pragmáticamente. Por otro lado y como dice el proberbio: no hay mal que dure sin daños. Me acostumbré a ser un sobreviviente, a que en la Vida vivir intensa y apasionadamente, es algo de las películas y no de la realidad que cae cada tanto como esas bolas de acero contundente que demuelen edificios. Por esa educación espartana socialista y esa ignorancia obrera crecí en un conventillo sin agua caliente y, en días de extremo calor porteño, a veces sin agua por baja presión. A cargar baldes en los vecinos de la planta baja y llenar en parte el tanque de agua de la terraza, casi 3 pisos de escaleras con los baldes, mi padre y yo, para tener agua en la canilla o el inodoro. Sin enojo ni pasión alguna: eso es lo que había, y esto es la supervivencia. Y luego se te muere un amigo adolescente en el ejército, y todos llorando como perros a tu alrededor, y uno siente un viento polar en las entrañas que seca la boca y las lágrimas. Recibí del cabo la orden de ordenar el equipo de Claudio para devolverlo al depósito de materiales militares. Entré a la carpa de campaña, armada con 2 mantas-la de Claudio y la mía-, y recibí la comprensión práctica de la muerte, de la ausencia: allí estaban su casco y su bolsa de dormir, su arma y su bolso civil, y ya no habría más charlas nocturnas, ni confesiones en la oscuridad, ni más nada. No más Claudio. Por primera y última vez la angustia y el vacío se apoderó de mí, y pude llorar histéricamente, un poco. No pude volver a hacerlo ni con heridas jodidas, ni con situaciones límite, ni ante abismos de tristeza y pérdida. Ni siquiera al ver a mi madre con su segunda pierna amputada, retorciéndose de los dolores. Es lo que es la supervivencia: hacer de tripas corazón, y quizás en algún momento habrá una descarga, el enojo se convertirá en tristeza, o llegará una experiencia de resilencia y apoyo. Pero todo comenzó en ese conventillo de agua helada en invierno, de espesas inyecciones de penicilina cada mes, aprendiendo a convivir con el dolor, a relajar y no oponerse porque lo duplica, a dejarlo pasar a través de uno. Luego vienen las explosiones, la metralla y el humo, y toda la preocupación es guardar munición y agua para las próximas horas. Hacer de tripas corazón, y seguir adelante. Esto es lo que hay, sin fantasías ni escondrijos mentales. Un día tienes una mujer o te llega un hijo, es casi difícil respirar de tantas corazas y cicatrices. Es la mierda de realidad, de karma de los sobrevivientes. Y de los hijos de sobrevivientes. La culpa, pero al fin también esto es lo que hay y se sigue adelante, erguido con todas las jorobas y con todas las corazas.

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Si hubiera percibido algún peligro me habría preparado y lo habría enfrentado. Soy paranoico, es mi código genético. De mi padre asumí como siempre el decía en plena dictadura militar: «si vienen los nazis a llevarme, me cargaré unos cuantos conmigo». No es ideología, es parte de esa supervivencia, de uno, de la prole: morir matando. Quizás de ese ADN que llega a los jázaros, esa tribu guerrera que detuvo a los hordas de hunos y  califas. Pero soy un gran individualista, y aunque buen soldado-tambien esto es supervivencia- odio que me den órdenes si el superior es un inepto. Soy por lo tanto un pésimo subordinado: discuto, evalúo, y no cumplo del todo las órdenes si me parecen que no merecen mi respeto. Pero pasé no pocas tormentas y comer vidrios en mi larga carrera militar. Jamás me callé- lo reconozco- lo que pienso ganando enemistades y antagonismos. Con todo, diciendo claramente mis opiniones, no las considero extremas ni a mí un extremista o desaforado, muy al contrario: actúo bastante neutro de pasiones. Comer una cena de latas cerca de Beirut sin saber si estaré para el almuerzo siguiente, hace mariposas en el estómago, pero jamás me neutralizaron estas cosas. Cuando una vez salí mal de un avión»Hércules» y las cuerdas del paracaídas se cerraron como un embudo, instintivamente pataleé girando en sentido contrario al nudo y en unos segundos salí del trance sin entrar en pánico y sin abrir el paracaídas de reserva.

Con toda esta presentación y análisis parcial de mi persona, vuelvo a mi presente y a mi situación. Es hora de escribir que estoy preso, prisionero, pero no sé de quién y peor aún, por qué. Sé de miserables que puedo haber herido de palabra u ofendido su ego en un intercambio de palabras, pero esto es demasiado grande para algo así. Un delincuente o mafia no perderían recursos en mí, o al menos no de este modo. Estoy encerrado, no puedo escapar, pero paradójicamente, estoy encerrado en una playa. Detrás mío un acantilado escarpado-jamás fuí a trepar montañas y mis brazos no pueden sostener mi peso colgando de un risco-, por delante el mar infinito, con olas refrescantes y eternas, pero esto tiene un ancho de 20 metros aproximadamente: por cada lado de la playa ésta está obstruída por una pared de aluminio de casi 5 metros de altura, perpendicular al acantilado y que penetra dentro del mar varios metros. Luego continúa mar adentro y en línea recta una hilera de columnas de metal, con una base de cemento en el fondo marino y que se elevan varios metros sobre el nivel del mar, sosteniendo una red metálica que avanza mar adentro al menos por un kilómetro. Seguramente haya cámaras qe me vigilan, pero no las he descubierto, deben de ser pequeñas y estar bien camufladas. Los muros metálicos hierven de calor durate el día y son imposibles de trepar durante la noche. La red metálica dentro del mar es imposible de romper así como de trepar y saltar al otro lado: en su parte superior el alambrado está tumbado hacia el interior y deja ver alambre de púa, estirado y quizás electrificado.

No sé si estoy en una isla, o cual es el mar que me enfrenta. Hay algo perverso en esta inmensidad infinita de lo oceánico y el convertirlo en claustro, entre el placer de la caricia de olas saladas y el llevar ya varios meses aquí, sin saber la causa. En estos 20 metros de playa hago ejercicios, meditación, nado, trato de llevar una rutina sana ante todo, para no enloquecer. Ya he golpeado los muros metálicos hasta casi destrozarme una mano, y siento que me observan de algún modo. Hay una choza pequeña de paredes y techo de hojas de palmera datilera trenzadas, con una mesita de madera con una pila de cuadernos y lápices, y un sacapuntas de metal: su hoja de metal no tiene tornillo sino que está soldada. Es decir es imposible de desarmar o cambiar, lo único cortante en mis manos. Completan el mobilliario una tabla de casi 2 metros de largo por medio metro de ancho que es mi cama, y que me separa de la humedad de la arena. Tengo una camisa y un pantalón largo, ambos ya percudidos por la sal, y como esto parece llegar a ser una versión moderna de El Proceso de Kafka en simbiosis con Robinson Crusoe, empecé a andar desnudo durante el día hasta los horarios de calor, y luego descansar en la choza hasta que el sol decae. Entonces duermo, escribo, y trato de sobrevivir esta nueva experiencia y circunstancia. Siento mi cuerpo ya rojo del sol a pesar de huir en lo posible de salir de la sombra entre las 10:00 y las 17:00. Esto es a ojo: no tengo reloj, ni zapatos ni nada. Trato de evitar las ampollas y las heridas gratuitas, como me pasó golpeando una noche la pared con furia. Mi rutina es larga a nivel de tiempo y mis captores no dan señas ni señales de querer mostrarse o decirme que quieren de mí. Se vé muy hedonista para ser una prisión, pero de hecho lo es y por ello creo que tratan de quebrarme de algún modo. ¿Para qué y por qué? Tengo que esperar que jueguen sus cartas para saberlo, por de pronto mi rutina es llevar la cuenta de los días, quemar las largas horas de sol en la choza durmiendo, meditando, cantando. He rescatado de mi memoria canciones de infancia y otras de modas pasadas. A algunas que recordaba alguna estrofa y la melodía las rellené con letras propias, que inventé. Tengo ya un cancionero de mas de 700 canciones que recuerdo y canto, divididas en folclore, idiomas, autores, y épocas de mi vida. He casi rescatado todas las canciones de los 2 primeros discos que tuvimos con el Wincofón de casa: el «Disco de oro de Rafael», y otro LP de»Canciones de la guerra civil española y La resistencia». Lamento saber tan pocas letras de tangos, y hay días que decido concentrarme en himnos de infancia escolar, o nigro spirituals, o autores israelíes. Esto mantiene activa mi memoria y consume bastante tiempo. Otro tanto es recordar días o eventos de mi vida, una especie de imaginación dirigida mezclada con memoria visual. Trato de evitar recuerdos de sabores y comidas, ya que me fomentan el hambre y la frustración. Sí, otro aspecto del castigo en mi actual existencia.

¿Seré un hedonista? Lo dudo, no habría sobrevivido mi infancia de carencias en el conventillo. Pero aprecio calidades y cualidades de sabores y olores, un buen café, un queso ahumado, un vino de más de una década de añejamiento. Aunque sea una vez por década, sé percibir y disfrutar de esas cosas.  Aquí llega el tema alimenticio.  Hay una canilla de agua potable afuera de la choza, de uso de mañana y tarde ya que como todo lo metálico, hierve con el sol al cénit. Un caño de tres cuartos de pulgada, de aluminio, emerge de la arena, cerca de la pared de piedra. Dentro de la choza hay una zona limpia de arena, con varias baldosas cerámicas que rodean una puerta de metal. Ésta se abre todos los mediodías de modo mecánico ( ¿pneumático? ¿mecanismo digital o electrónico?), creo a la misma hora y aparece una plataforma que sube con un plato hasta el nivel de las baldosas cerámicas. En ese plato hay algo proteínico como carne vacuna, pollo o pescado, junto algo energético como arroz, pasta o papas hervidas, acompañado de alguna verdura fresca o fruta. Una vez al día. Una vez no devolví el plato vacío y al día siguiente recibí la comida sobre la nada limpia plataforma, así que decidí devolver el plato de plástico. Nada de cubiertos, condimentos ni elementos que podría fabricar herramientas: la carne siempre deshuesada y sin espinas. Una vez llegó medio coco sin cáscara. Por ello cavando con las manos alrededor de las baldosas descubrí una construcción de cemento armado que debe ser el túnel que trae la comida. No quiero  intentar interferir con mi suministro de agua y comida, si quieren comunicarse lo harán. Si quieren drogarme no tengo modo de saberlo o impedirlo, así yo continúo con mi rutina.

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Por las tardes y noches hago ejercicios, nado un poco pero no muy hondo: ni soy buen nadador, ni sé cuantos kilómetros el alambrado continúa, y se pierde a la vista. Estos malditos no me han dejado ni mis anteojos, lo que me obliga a escribir con letra grande y hacer pausas por el dolor de cabeza del esfuerzo, pero como entendéis, no es problema el tiempo. Cuando amanece y atardece no veo el sol, lo que me hace imaginar que no estoy en un mar que apunte hacia oriente o poniente…y especulé con un mar artificial y salado, con algo de realidad virtual como en las películas de ciencia ficción, pero todo esto es , además de muy loco, muy concreto. Mis heridas sangran, la roca es dura y la arena hierve al mediodía, pececillos llegan a la playa en las zonas poco profundas. Hay nubes pero no he visto pájaros: mala señal. De noche miro las estrellas y me lamento de no haber aprendido mas de ellas, de las constelaciones. Tengo en claro que es el cielo conocido de mis últimas décadas, del hemisferio norte. Por las noche hace frío, y la humedad cala los huesos. Me obliga a poner al sol todos los días a los cuadernos. Intenté cavar pozos por las noches para descubrir quizás cables o infraestructuras cerca de las paredes metálicas, pero sólo arena y caracoles aparecían. A mano limpia no logré hacer pozos muy hondos, en determinado momento hice zona de juegos a los pozos (saltar de uno a otro, esconderme de probables cámaras, etc.). Con el tiempo pasaron a ser mis letrinas y pozos ciegos, y así los fuí cerrando.

Trato de llevar mi mente hacia atrás, de rebobinar la película de mi vida y ver qué hice equivocado en la etapa previa a mi llegada a «la playa». Lo cierto es que no puedo decir fehacientemente «aquí metí la pata!!» o señalar un punto de inflexión, un antes o después. Todo sucedió en forma rutinaria, paulatina, sin ruido ni golpes de estado. Sin duda hay atrás de todo esto, el aparato de seguridad del estado. Pensé en experimentos médicos, para alguna nueva droga o conducta, pero no son cosas individuales, y una celda es relativamente simple cuando hay decenas en un edificio. Aquí no tengo vecinos en igualdad de condiciones del otro lado de las paredes. Nadie ha contestado a golpes ni gritos. Aún si tuviera una botella que flote indestructible sobre las olas lo mas probable es que quede atrapada entre las extensas redes metálicas.

Lo cierto es que para desgracia nacional, la derecha se enquistó en el poder. De la izquierda surgían voces de una desesperada necesidad de paz, pero los miembros de una izquierda menos ideológica y mas pragmática, llegamos a la conclusión que no hay con quién hacer paz, en esta generación al menos. Cuando uno habla de devolver zonas conquistadas, para los otros ese concepto pasa por la devolución de todo milímetro absolutamente, como desde antes de la colonia británica. Traer millones de refugiados, originales o no, desde el Sahara al polo norte. Y todo esto en fin, no para paz sino para venganza, para limpiar la afrenta de todas las derrotas, del escape o la expulsión y la posterior ocupación militar.Ergo, no hay deseo alguno de arreglo, de renuncia a algo, de terminar con las guerras y la espiral de la muerte. Y la tragedia es que nosotros, la izquierda no alineada y asqueada de los políticos, se quebró de su esperanza de una paz precisamente por nuestros conocidos palestinos, que sin cámaras u ojos ajenos, confesaban sus deseos profundos e intenciones genuinas, su profundo odio aunque lo cotidiano exija pragmatismo y convivencia, decir una cosa a la izquierda académica, educada e impotentemente ingenua, que declarar a la prensa árabe sus reales pasiones. Y cuando tras un cálculo de lo que seguir ganando te tiran a rajatabla  que en realidad te están y estuvieron usando, y que con placer te quisieran ver nadando hacia alguna orilla lejana, pues entiendes que no hay paz posible hoy. Lo que no quita la desgracia de los mesiánicos, de los colonos que se creen raza de Señores y la derecha que ha vendido la nación a unas 10 familias de multimillonarios, a delincuentes económicos de la importación y la construcción, dando favores y comprando coimas. Y sucedió que entre elección y elección, fueron borrando cuanto baluarte era aún librepensante o «zurdo»: las cadenas de radio y de televisión, los periódicos y periodistas. Y cuando de pronto alguien va a la calle sin opciones laborales, piensa dos veces en la ideología y una en la familia. Los periodistas opositores fueron menguando, los medios de difusión críticos al gobierno cerrando por problemas financieros, y el diálogo político cada vez mas violento. El diálogo se hizo monólogo un buen día. Nadie imaginó que lo que el gobierno turco hizo antes con opositores, universidades y periódicos, el gobierno lo haría aquí, y por medios sutiles, democráticos. Siempre recordé que Hitler ganó por elecciones, que fue acuarelista, vegetariano y quería a su perro. Y es que el país estaba tan dividido, corrupto, polarizado entre ricos y pobres paupérrimos, entre religiosos cada vez más numerosos y más fanáticos, que cada quien se aferró a su burbuja y su apatía. Una ministro tras otra pulverizaron todos los organismos culturales, enviaron presupuestos y premios a «artistas de derecha», y fue al fin, la cultura de jingles de televisión, de programas «reality show», de cantantes pseudoreligiosos, románticos y exclusivamente orientales. Uno a uno los muchos programas satíricos cerraron sus puertas y sus protagonistas emigraron o se encontraron empleados de bares u oficinas. Realmente no sorprende la imbecilidad humana, ya que uno decía, «no aquí no puede haber una dictadura, somos la única democracia en la zona…»Pero la policía apaleaba a los etíopes, que servían en las unidades de élite pero les prohibían la entrada a los pubs, gentes de negocios allegados al gobierno copaban museos y teatros, las ONGs eran acusadas de traidores pagados pr el enemigo y puestas fuera de la ley, y por fin llegó el turno de la Suprema Corte, cuando los colonos consiguieron presionar y echar a la última jueza que no se dejaba sobornar ni presionar, aún con la bomba que le quemó a su hija.

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Creo que era posible imaginar que habría un control autoritario, pero todo seguía su rutina aparentemente: se viajaba al extranjero, los start-ups continuaban el éxito del israelí de alta tecnología, símbolo mundial. También los premios nóbeles, que asomaban el hocico de sus laboratorios y escritorios, es decir…seguíamos siendo el pueblo del Libro !! Y sí, de prohibir libros y canciones se prohibió toda crítica. Todo fue lento, meticuloso, y democrático. Una ley y otro edicto, una prohibición y otro giro de tuerca contra derechos y libertades…y uno ocupado con el test próximo del auto o la situación del «minus» en el banco. Con todo, me sorprende que me apresen a mí: no pertenecí a partido u organización, y es cierto que siempre critiqué la dirección fascista del gobierno y sus ataques a opositores, intelectuales y artistas, pero lo mismo ataqué a los impotentes imbéciles de supuesta oposición, y a la izquierda de la torre de marfil, que criticaba al populacho ignorante sin bajar a revisar sus sentimientos y sus pasiones, su odio alimentado por el gobierno a «la izquierda traidora y parásita». Pues bien, ví algunas caras desencajadas de oírme llamar al primer ministro dictador, al gobierno dictadura fascista y algunas cosillas más, pero como simple ciudadano que paga impuestos y comió su mierda como ametralladorista en décadas de servicio combatiente, siempre dije lo que sentía.  No me veo líder de nada, máximo…un mal ejemplo. No lo entiendo, que se la agarren con alguien tan insignificante como yo, qué tipo de amenaza es llamar al gobierno por su nombre. Todos lo saben.

Pero lo mas increíble es que no hubo aviso previo, o seguimientos que habría percibido, soy paranoico por partida doble, lo juro. Simplemente un día fuí a renovar mi cédula de identidad. En el municipio me dijeron que debía hacerlo en Ramle, la central regional. Pues viajé hasta Ramle, llegué al edificio blindado donde están las oficinas gubernamentales ( impositiva, seguro nacional, ministerio del interior, etc.) como durante tantos años, los guardias sólo me pidieron documentación, pero nadie me indicó cual de los 6 ascensores tomar. Se abrió una puerta y apreté el 2do. piso para el ministerio del Interior, el ascensor se detuvo en plena subida y de pronto se apagaron las luces. Sentí el sonido de un vapor inyectado y el olor dulzón y alcohólico de una sustancia narcótica. Mareado alcancé a prender la linterna del teléfono celular y apretar el botón de alarma del ascensor. Ya atontado comprendí que era una trampa e intenté llamar a casa, pero el teléfono se cayó de mis manos y perdí el conocimiento.

Cuando desperté estaba acostado en mi choza junto al mar. Quizás me tuvieron inconciente una temporada en algún lugar. Llegué con barba de unos días. No tenía señas o marcas de inyecciones ni nada. Dediqué tiempo a pensar en cómo me trajeron: si en camilla, si por mar, si alguna pared metálica se abre ( no hay señales de puertas o bisagras), si por helicóptero, de cómo borraron las huellas. De si me vigilan y cómo. Porque de querer eliminarme, para qué tanta infraestructura y comida. Así pues, espero atento y paciente a que se decidan a comunicarme que diablos quieren. Lo que pienso, está aquí todo escrito, ¡¡que se los lleve el diablo fachos de mierda!! Pero aquí viene otra comida, caramba. Pollo hervido con porotos. Hubo una vez una canción que se creó y grabó en una cárcel, llamada «Fasulia», nombre de los porotos en esta zona. La cancion habla de cada día de la semana que los presos que reciben «fasulia» y al final, para cerrar la semana, otra vez porotos. ¿Será una broma? Miro mi cuaderno-almanaque: llevo 3 meses y tres semanas aquí, descalzo y barbudo. Hoy cierro otra semana, como termina la canción de los presos: «…Fasulia, ha pasado otra semana». Pero al menos al pollo hervido le han puesto un poco de sal estos fascistas hijos de puta.

Escrito en algún mes de fines del verano (me han secuestrado el 28 de mayo) del Año 2025, en algún lugar del hemisferio Norte, seguramente preso por la dictadura derechista.

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– Ricardo Lapin © 2016 Todos los derechos reservados.

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